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No mas de un triste invierno¡


Es un jueves de Febrero, uno de tantos días cubiertos de neblina y frío cuando una chiquita de 6 meses muere en el Hospital de Cuetzalan sin casi servicios a pesar de los esfuerzos que junto a sus padres hicimos por trasladarla a la ciudad y darle el respirador que requería para sus muy delicados pulmones.

Ni las autoridades locales ni el Hospital General ni la Secretaría de Salud del Estado ofrecieron una alternativa.

Llovía quizás tanto que todos, vecinos y familiares permanecieron refugiados todo el día. Nadie acompañando a los padres, nadie acompañándola a ella, soledad y abandono para todos. La niña murió cerca del mediodía.

Jamás vimos llorar tanto a un hombre, más preciso decir de un chico veinteañero.

Nos viene a la mente como en una fotografía la imagen de un joven con el mentón clavado al pecho y al fondo una madre deshecha. Como lacrada a fuego dentro de nuestro corazón se quedo para siempre, es por eso que se cuenta quizás en la idea de pensar que al hacerlo se desdibuje un poco.

Un torrente de lágrimas brotaban como cascada incontenible, resbalando y lustrando la piedra sobre la calzada principal de Cuétzalan. El tiempo pareció detenerse una eternidad como si se dejara escurrir gota a gota sobre nuestros cuerpos. Minutos que parecieron horas. No había palabras pero la impotencia, desesperación y rabia envolvían todo como borrasca densa y fría. Esta historia nos dijimos, debe ser contada.

Como en todas, siempre hay un antes y un después.

Luz María tuvo como padres a dos jóvenes. Ella era la cuarta hija. Entraron a Proan en 2010. Vivian en una casa “prestada” (es decir les permiten los dueños levantar una casita de palos pequeña con la condición de que cuiden el lugar y a veces les hagan trabajos de campo). Él tenía 22 y ella 19, un niño de 2 y dos pequeñitas de 1 y 3 años.

Empezaron a trabajar en Proan recibiendo apoyo alimentario y después implementando sus proyectos con mucho entusiasmo; colocaron un huerto del cual comían y sacaban para vender; después tuvieron pollitos bien criados que les proporcionaban alimento y también algunos ingresos extras y finalmente engordaron cerditos y los vendieron. Siempre pagaron sus deudas aunque sus ingresos eran de $300 semanales si juntaban con lo que la mama vendía de sus proyectos. El padre campesino sin trabajo fijo, pero muy responsable.

Un día de tantos, a principios del 2013 el dueño les pidió que abandonaran ese lugar. Sin tener a donde ir empezaron a rodar de aquí para allá llevando la madre una vida nueva en el vientre, la de Luz María. El alcohol se instaló en medio de sus empobrecidas vidas y junto con él, la violencia y la droga. Los corrían de todas partes dormían en las calles en los maizales o bajo los árboles a forma de cobijo hasta que alguien les presto una pared de casa para que apoyaran unas tablas y colocaran un techo de cartones. Aquí nació Luz María, recargándose sobre un único muro. No se dieron cuenta de las enormes deficiencias con las que había nacido hasta que el desarrollo empezó a ser anormal y la desnutrición moderada la evidenciaron. No sobrevivió ni un invierno.

Aquí y así fue su vida desde entonces hasta aquél jueves.

El después fue el arrastre de una carga de la que difícilmente se pudieron escapar, “la culpa”. Los escapes de este padre desesperado provocaron falta de alimentos, golpes de manera indiscriminada, los cartones que les brindaban cobijo se destruyeron y los palos del endeble espacio apenas si se sostenían. Nada quedaba de aquel inicio que aunque humilde en una casa prestada, era esperanzador.

Es una historia real y como muchas.

Pero no termina. Ellos, con el apoyo de un empleador del campo que supo ver en este padre al hombre responsable que fue, les facilitó un nuevo espacio prestado, en el que construyo con sus manos una casita con palos, piso de tierra y techo de lámina de cartón en la que con mucha frecuencia no podían dormir a causa de los lodazales causados por las incesantes lluvias que cruzaban de lado a lado este precario techo y cobijo.

Proan, enterados del largo sufrimiento de esta familia los incluye en #Viviendaruralindigena y les otorga una sencilla casita de material.

Si Luz María hubiera nacido en este limitado pero seguro espacio, quizás hoy estaría corriendo y estudiando, sana, fuerte como toda vida a la que cualquier niño tiene derecho y viviendo muchos inviernos.

 
 
 

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